miércoles, 15 de enero de 2014

misa de réquiem

Misa de réquiem

Querido pedro,
Son exactamente las 0 horas del 11 de septiembre de 2013.
Hoy se cumplen cuarenta años de aquél atroz día
Meses atrás tuve el placer de conocerte en Buenos Aires con motivo de un encuentro por la diversidad que te trajo para Argentina en el ahora Centro Cultural de la memoria Haroldo Conti.
Desde entonces pensé en escribirte. El tiempo se fue sucediendo y las palabras fueron quedando solapadas entre la herrumbre cotidiana y la temerosa vergüenza de no saber  bien cómo qué.
Hace meses también tengo el documental que presentaron en ese entonces y no pude ver y luego los días se fueron apilando uno tras otro hasta llegar a esta nocturnidad desde la que te escribo.
Entre tanto loco afán tuve un curioso lapsus. Desde esta nocturnidad ajena al calendario decidí ver el documental. Mientras lo hacía, como quien percibe un golpe de suerte o un devenir crucial, me di cuenta que era la víspera del 11. En ese momento supe, que terminaría de verlo a medianoche. Así fue. Implacablemente eran las 0 horas al terminar el documental.

Si fuera música me gustaría escribir una misa de réquiem, pero no lo soy, apenas una actriz que actúa su propia subjetividad, presa del torbellino siempre incesante de sentimientos y pensamientos.
Cómo escribir una música de réquiem. Ojalá, en los espacios vacíos que deja la pluma pudieran filtrarse pudorosas las notas, crecieran como enredaderas intramuros, como pálidas madreselvas.
Si pudiera elegir, elegiría dejarte la música que nace de los caracoles marinos, esos miles de arrullos del fondo marino, quizás allí aparezcan ellos, los miles de desaparecidos que las dictaduras enterraron en el fondo del río, en la orilla del mar.
Allí va mi caracol marino pedro, mi música de réquiem en este día de dolor y memoria.


Canción de navidad para los viejos, solos y putos

Canción de navidad para los viejos, solos y putos

Boris y su séquito dan “un cross a la mandíbula” en su cosquilleo fresco de espejo social que eclipsa a aquéllos enajenados en sus “maquillages” sociales.
Profunda, para aquéllos que ven “la calle del agujero en la media” y absurda, para aquéllos que sólo se alimentan de sentimentalismos banales y agotados modelos televisivos, en épocas de diatribas y discusiones hegemónicas sobre la producción de sentido y la construcción del poder, la obra produce en su seno de trava adormecida un estruendo de sentido que se legitima en su diarrea hormonal de sistema que se descompone y dispara al son de la cumbia con sus revólveres sudacas.
Viejo, solo y puto, se recorta del tamiz vetusto de la nueva ola y, sin quererlo, y ésa quizás sea su mejor virtud, se abre como horizonte de pensamiento profundo y propio. Salida de los estertores del off, rezuma su propio canto para la furia circulante en un medio asfixiado por sus propios paradigmas.
Es una obra para aquéllos que se atreven a mirar las llagas de un sistema estepario, condenado a lamerse las propias heridas y a cicatrizar a fuerza de fármacos y píldoras agonizantes.
Viejo, solo y puto, vive y respira en su propia fuerza, se pare a sí misma como un vómito oscuro que blasfema solo en el medio de la noche.
Los actores bailan la espuria social, un esplendor trágico. Así se retuercen sus fantasmas, los imaginarios que pueblan y circundan, volviéndose gracia ciega, fulgores escalofriantes, recién paridos abandonados en el desolado humor de la noche que los recoge.


lunes, 18 de noviembre de 2013

bitácora de viaje

bitácora sensorial
viaje al sur
enero 2010


los sonidos

gaviotas
pingüinos
cormoranes
leones
elefantes marinos
el viento que sopla y sopla
el sonido del viento en la ventana del auto
el viento en la copa de los árboles
las piedras chocándose mientras caminamos
el mar rompiendo en la orilla
el viento filtrándose entre la vincha y el oído
el carretear de los cormoranes en el agua
el sonido de las piedras mientras el perro corría al pájaro en puerto deseado
el arroyo del camping de calafate que arrulló mis sueños
los estruendos del glaciar cayendo
los hielos como fuegos artificiales regalándonos su bella muerte
la lluvia sobre el cielo de la carpa
los arroyitos que percibíamos en las caminatas del parque nacional
la voz de Emma Chaplin iluminando el camino nocturno mientras nos acercábamos cada vez más a puerto pirámides
los ecos de las voces en el cañadón de puerto deseado
el canon de los gallos en la madrugada del camping de traful




los olores

el perfume de los pinos
el salitre del mar
la tierra húmeda
los eucaliptos
los animales marinos
las lavandas en calafate
el perfume de las rosas en villa la angostura





los colores

el azul del mar
el turquesa de la ría de puerto deseado
el ámbar violáceo y fuccia y naranja
el fuego de los atadeceres
las rosas de calafate
el verde de los pinos y los álamos
el turquesa del glaciar
el follaje verde como cortina del glaciar
el baño celeste como la bandera de la prefectura
las casitas de colores de Ushuaia
el arco iris que surcaba el cielo entre el bolsón y la angostura y se extendía en perfectas líneas iridiscentes entre el verde de las montañas, los claros rayos de sol y el copioso llanto del cielo
las flores amarillas que crecen silvestres al lado de la ruta
el pico naranja y amarillo del tucán de tolhuim
las estrellas surcando el cielo de los alerces
el turquesa del lago que se desprendía del azul profundo y veíamos desde el mirador de traful (con picardía de cóndor o faro austral)
la mariposa naranja que se posó sobre el pie de irmi
los abrojos verdes en las patas de los perros que encontramos en el camino de Ushuaia a las estancias




los sabores

el mate amargo en la ruta
el mar en la boca
los restos marinos que recogí en la playa de pirámides
la torta galesa de gaiman
el café con ginebra en la noche helada
el sabor agrio del calafate



las sensaciones

la lluvia en la cara en el avistaje de puerto deseado
el café caliente con torta en la isla de los pingüinos
el rostro frío saliendo de la bolsa de dormir
el dormir gusano de seda adentro de la bolsa
las manos frías debajo de los guantes
la noche fría en la noche de lucas



los recuerdos

la isla de los pingüinos entre la llovizna y el cielo plomizo interrumpido por momentos de rayos que caían a lo lejos
los pingüinos mirándose, mirándome, sabiéndose en su territorio, mi condición de extranjera allí, mi identidad de espectadora ahí
los delfines que aparecían intermitentes en el camino de las estancias de Ushuaia
la cajita de caracoles y recuerdos marinos que armé en el canal de Beagle
las gotitas de lluvia sobre las hojas de los conejitos
la mirada de díaz mientras nos contaba de su vida de prefecto, del aislamiento de los treinta días al final de la ruta en el canal de Beagle (mientras la mirada se fugaba hacia el mar, para luego volver hacia él y en un cíclope hacia nosotros (como si se mirara en un espejo retrovisor y fuéramos entonces la tierra lejana, un cielo de verano eclipsado en un fotografía)
los árboles escorados en el camino del Beagle
el pato chiquito que seguía al mayor correteando sin levantar vuelo
el reflejo del cielo y las casas y las montañas en la bahía de Ushuaia
los pájaros como faros sobre las copas de las lengas
la nena vietnamita con el niño francés que giraban como trompos sujetándose sobre uno de los pilares del refugio en el camping de Ushuaia
la risa en sus caras
el encuentro cara a cara con la vaca negra y blanca que me expulsó de su territorio que era el sendero de la cascada del arroyo blanco


  

entre nubes

Me despierto de un sueño profundo.
Es de noche.
Dari duerme a mi lado.
Estamos en el avión que mañana nos despertará en Lisboa.
No sé qué hora es ni adónde estoy.
Abro la pequeña ventana que está a mi lado y aparece el cielo. Está estrellado.
Veo, a mi izquierda, un ala del avión que recorta el horizonte casi al medio. Por encima, las estrellas, por debajo las nubes y, más abajo aún, un intenso azul. Allí intuyo el mar.
A tientas enciendo la pantalla que tengo por delante y descubro que estamos en el medio del Océano Atlántico. Siento una tímida emoción.
Vuelvo a la oscuridad de la ventana.
Me inundo de ese paisaje lácteo. Lácteo y acuático, de ribetes marinos.
Como un niño, pego mi cara a la ventana, quiero entrar en el paisaje, salpicarme de sus estrellas y sus azules.
Como un niño, pienso en mis abuelos que ya no están, como si pudiera allí intuirlos, como si la noche que vuela me arrimase y casi creo sentirme más cerca.

Eso pienso mientras abrazo el paisaje e intento fotografiarlo en la memoria; entonces bajo los párpados que caen como tules de novia humedeciendo las pestañas y entibiando el rostro que ahora despierta. 

sábado, 26 de enero de 2013

otros poemas

rutilante chasquido
inadvertido trasbordo
néctar que se descuece
-casi a punto-
bajo el fuego
de otras lenguas



lengua
misántropa
vahído menguante
lilas puntiagudas
boca de alfileres rutilantes



largas patas de mangosta
fierean el olvido
taconean el óvulo opalino
la máscula         diluída
canela de la memoria



poemas rosarinos

a rosario
julio/agosto 2007


nácar adolecido
la memoria
ése cuchillito hambriento
que cava y cava
cielos
ya ajenos




Síntesis cartográfica
a mi pedacito de cielo y tierra del parque españa

l
os pies
atan        hilitos de lo que fui
cartografía de la memoria
que insiste
y atrapa los pasos
cansados de otras huellas
la mirada resbala
mar del recuerdo
único mar       de todos los mares




la emoción enmudeciendo
la cuenca del olvido
sordera de la memoria
ronca voz
del hastío



demúdase
ella
voz silente
la memoria
canto hierático
del mar muerto



cajita de memoria
lábil encaje del pasado
hambrecita
run run
axolotl del deseo



instantáneas

inspirado en la película ¨historias mínimas¨

Mínimas como la sonrisa capturada por la cámara, como el recorrido entre el olvido y el recuerdo, como el vuelo de una hoja que decide emanciparse del árbol, como el suspiro que persigue/ delata a una carta, como la lengua de las mariposas. Entonces, la necesidad de salir corriendo, buscarlo a paco, decirle que sí, que siempre tuvo razón, que la vida sigue siendo al fin y al cabo lo mejor que conocemos.

Exiliados del snobismo, apátridas, indocumentados de la sociedad de consumo.
Mientras Caetano Veloso canta ¨vuelvo al sur¨, pienso que es imposible volver de donde nunca se estuvo, que es ¨ancho y negro el olvido¨, y que el pueblo argentino nada tiene de pueblo.

Enero de 2000. Llego al sur. Pienso que hubiera sido lo mismo viajar a Caracas o a Tailandia. Los kilómetros arriman otro país. Con la misma extrañeza con la que se reencuentra a alguien alguna vez amado, camino. Un silencio añejo sube por mi espalda, recorre la nuca, busca asiento en la mirada.
Recuerdo haber leído la teoría de la alienación. Intento teorizar, pronto advierto que no tiene sentido. Así como Cortázar habla de des- escribir, pienso en des- aprender o des- codificar mi diccionario universitario.

En el sur el tiempo aguarda congelado en la cúspide de una montaña. Un viejo se ceba un mate, respira llanuras, sostiene su mirada en el aire, dibuja nortes imposibles. Espera sin esperar, sin saberse siquiera esperado. De pronto, se acerca un hombre, relata una encuentro que sucede aún más al sur. El viejo guarda el mate y la ilusión en un bolso. Exiliado de su casa y de su vida, decide partir. Recuerdo haber leído que la vejez es, seguramente, una desvelada memoria. Creo que Haroldo Conti debe haber pensado en algún viejo como éste. Después de todo, la unicidad unas cuántas veces se torna imposible.

La televisión. Ese ¨bizarro¨ fetiche que ordena la vida moderna irrumpe en la impasibilidad de una chica de Fitz Roy. Flashes de una ilusión funcional. La cercanía vuelve a arrimar nuevas distancias.

La vida es una gran rayuela. El flaco siempre lo supo. No necesariamente hay que subir para avanzar. Retroceder, a veces, resulta otra forma de caminar. A partir de aquí, la posibilidad de volver, de intuir en cada partida una posible llegada, dialéctica inevitable en la libreta del viajero. Y, al final, el cielo.

En el fondo las historias son siempre las mismas. La simplicidad les confiere una belleza inigualable, postales irrepetibles que saben a sueños y a la vida misma.
Mínimas historias. Pequeñas bicicletas para aquéllos que deciden pedalear sobre la cornisa de la vida.